viernes, 3 de mayo de 2013

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Las puertas del balcón del Papa se abrieron. Estaba a punto de salir. La gente se quedó en silencio. 

¡PUM! Sonó un disparo. La gente se asustó un poco, pero comenzaron a comentar que podían haber sido cohetes. En seguida, Benedicto salió al balcón y la gente olvidó el extraño sonido. Pero Dorada sabía perfectamente que eso no había sido un cohete. La mujer salió del barullo de gente y fue directa a la bocacalle por la que había huido Santiago.

Allí se encontró el gran pastel. Santiago yacía muerto contra el suelo. Tenía la pistola en la boca y estaba todo manchado de sangre. Se había suicidado.


DORADA: Dios Santo... (Se santigua) Descanse en paz.

En el suelo, junto a él había una nota. Dorada la cogió y la leyó.

DORADA: (Leyendo) Lo siento mucho por todos. Esta situación ha podido conmigo. Ahora mismo no tengo nadie en este mundo que me quiera, que me aprecie. Sé que yo mismo me lo he buscado, por haberme movido siempre entre mis propios intereses, pero esa ha sido mi vida. Mi única vida. Es la que he vivido, y la que pondré fin en unos minutos. Siento mucho que todo vaya a ser de esta forma tan precipitada, pero quiero dejar bien claro algo en esta nota, perdón. Hasta siempre.



La hermana miró el cadáver. Santiago no había sido una gran persona ni mucho menos. Pero no se merecía en absoluto un final así. La mujer no pudo evitar agacharse junto a él y comenzar a llorar como una magdalena.

Entonces una mujer apareció por detrás en el callejón. Iba con un niño. Era la gitana que había convivido tanto tiempo con Santiago en su chalé de la playa. 

GITANA: ¡Ohhhhhhhhhhhh! ¡Tapáte los ojos niñoooooo!

El niño se giró para no mirar la escena. La mujer fue andando de forma agresiva hasta Dorada. Esta se levanto de inmediato.

GITANA: ¡¿Qué has hecho, puta?!

La gitana le dio un empujón a Dorada. 

DORADA: Tranquilícese, por favor.
GITANA: ¡Hija de puta!
DORADA: ¡Yo no he hecho nada! Por favor, cálmese.
GITANA: (Gritando) ¡Te voy a rajá, cacho zorra!
DORADA: ¡QUE SE CALLE! ¡Cállese! ¡Por la Virgen! Cálmese y lea esta nota.

Dorada le entregó la nota de suicidio que había dejado Santiago antes de morir. La mujer la leyó para sí.

GITANA: ¿Se ha suicidado? 
DORADA: Eso parece...
GITANA: ¡Joder!

La mujer comenzó a estirarse de los pelos en señal de rabia.

DORADA: ¿Y usted quién es?
GITANA: ¡Una amiga! ¿Qué más te da a ti?
DORADA: Vale... era por curiosidad. 
GITANA: Yo viví con él durante unas semanas. Hace poco, me enteré de que iba a viajar aquí al Vaticano, por lo del nuevo Papa. Y como yo voy por ahí, de nido en nido con mi hijo, pues decidimos venir a ver si nos lo encontrábamos... pero nunca me imaginé que fuera así... 
NIÑO: ¿Mamá, ya puedo mirar?
GITANA: ¡No! ¡No mires! Quédate así.

Ambas se apartaron, para que el niño no las oyera hablar.

GITANA: ¿Qué hacemos con el cuerpo?
DORADA: Llamamos a la policía... que ellos se encarguen.
GITANA: Huy, no.
DORADA: ¿Cómo que no? ¡Es lo que hay que hacer en estos casos! Y es lo que vamos a hacer.
GITANA: Ni loca.... ¡que no! Que nos meten en juicios a las dos, aunque no hayamos hecho nada.
DORADA: Por Dios, yo soy monja. Yo no voy a hacer otra cosa que no sea llevar el cuerpo a la policía y que le den un entierro digno.



La gitana se quedó pensativa.

GITANA: ¡Ya está! Ya lo tengo.
DORADA: ¿Qué?
GITANA: Lo vamos a enterrar, nosotras dos.
DORADA: ¿Estás loca? ¿Dónde... cómo?
GITANA: Voy a comprar en la funeraria un cajillo. Tengo mucho dinero... desde que me fui de su chalé.

Se sacó una billetera llena de billetes de quinientos euros.

DORADA: ¿De dónde ha sacado usted tanto dinero?
GITANA: Mejor... mejor no te lo digo...
DORADA: Bueno, pues a ver. Usted compra el cajillo... ¿y? ¿Lo vamos a meter así dentro? ¿Con la cabeza reventada?
GITANA: ¿Y qué te crees que le iban a hacer si lo preparamos para un entierro? ¿Qué le iban a arreglar la cabeza?  No, lo iban a amortajar y a vestirlo todo guapo. Ya está. Eso nos lo ahorramos. Con el cajillo, vamos al cementerio, que seguro que hay muchos nichos abiertos allí, y lo enterramos en uno.
DORADA: Esto es muy precipitado todo. Además, yo ni te conozco ni nada. ¿Cómo sé que me puedo fiar de ti?
GITANA: Anda... ¿y cómo sé que me puedo fiar yo también?
DORADA: Vale, venga. Vamos a hacerlo.
GITANA: Llévate el cuerpo a mi caravana. Está a la vuelta del callejón, toma las llaves. Le limpias un poco la sangre y yo te aviso cuando haya comprado el cajillo.
DORADA: Qué fuerte todo... venga, vale.



Eran las tres de la tarde en Atenas. Esa misma tarde, a las cinco, comenzaba el evento nupcial entre Rebeca y Rupert. Las chicas habían llegado ya al motel en el que habían alquilado habitación. Estaba cerca del gran descampado en el que se iba a celebrar la boda.

JULIA: ¿Aquí vamos a pasar la noche?
FAUSTI: Sí, es que no teníamos otro lugar más cercano y más barato. Estuvimos mirando por Internet.
JULIA: Ay... Internet. Tan poco fiable. Y vosotras habéis caído como chinches.
SOLEDAD: Bueno, dicen que las apariencias engañan.
MACU: Ahora recuerdo yo el “lujoso” hotel de Madagascar...  ¡No creo que este motel de carretera le supere!
FAUSTI: Hombre, pues teniendo en cuenta que aquello si era un hotel y esto es un motel, pues puede ser que te lleves un buen chasco, Macu. En cualquier caso, es solo una noche.

Las chicas recogieron sus maletas del taxi que les había llevado desde el puerto hasta allí. Entraron por el recibidor del hostal. Estaba todo muy bien preparado, parecía muy cómodo. Había un chico bastante simpático en el recibidor.

JULIA: ¡Huy! ¡Guapetón! Habían alquilado aquí mis amigas una habitación para esta noche... ¿verdad?
CHICO: ¿Cómo se llaman ustedes?
FAUSTI: Las habíamos alquilado al nombre de Faustina.
CHICO: A ver, espere, que miro. 

El chico miró en el ordenador.

CHICO: Así es, aquí tengo una reserva para cuatro personas a nombre de Faustina.
JULIA: ¿Cuatro personas? ¿Pero no era para vosotras tres?
SOLEDAD: Ya, es que iba a venir con nosotros Dorada, otra hermana del convento, pero al parecer no ha venido.
JULIA: Bueno, pues cancele esa reserva.
FAUSTI ¿Por qué?
JULIA: ¡Porque invito yo! Pónganos la habitación más grande y lujosa que tengas en este motel...
CHICO: A ver, señoras. Esto es un motel de carretera, no un hotel de lujo. Os puedo dar la habitación sesenta y seis.
MACU: ¿Sesenta y seis? ¿Pero aquí tenéis sesenta y seis habitaciones?

Macu miró hacia la escalera.

CHICO: Si. Es que el motel solo tiene tres plantas, pero a lo largo, hay muchas habitaciones.
JULIA: Pues eso, bonito. Ponnos la sesenta y seis.

Fausti agarró a Soledad por la silla y la apartó de allí.

FAUSTI: Soledad, ¿no te da mal rollo la habitación sesenta y seis?
SOLEDAD: No... ¡Y no vayas a empezar con lo del dichoso numerito!
FAUSTI: ¡Es que es verdad! Después de todo lo que hemos vividos con los Hijos de Satanás esos, yo no me veo cómoda en una habitación que tenga dos seis de título.
SOLEDAD: Me parece que es lo que hay... 

El recepcionista le dio la tarjeta de la habitación a Julia, y todas subieron sus cosas.



En España, Sor Pilar había ido en nombre de Dorada a por las llaves del convento Santa Teresita a la empresa de construcciones. Ahora, estaba de camino al bosque del San Felipe, muy feliz. En su bolsillo tenía las llaves del convento de Dorada. La acompañaba Edalia, su nueva mano derecha.

EDALIA: ¿A dónde vamos, señora?
SOR PILAR: A un sitio... cuando lleguemos, quiero que me hagas caso a todo lo que te diga, ¿vale?
EDALIA: De acuerdo, señora.
SOR PILAR: Y pase lo que pase, no le cuentes nada a nadie.
EDALIA: Si... pero, ¿a qué viene tanto secretismo?
SOR PILAR: Ya lo descubrirás.

Ambas llegaron por fin al sitio buscado, era la cabaña de los Hijos de Satanás.

EDALIA ¿Vamos a entrar ahí?
SOR PILAR: Si. Dame la bolsa con las cadenas.

Edalia sacó unas cadenas de hierro, que por cierto, pesaban mucho. Se las entregó a Sor Pilar. 

SOR PILAR: Vamos a atarlos aquí. ¿Vale?
EDALIA: Vale... pero solo una preguntita, ¿¡Atar a quién!? 
SOR PILAR: ¡Estás muy preguntona! ¿Eh? 

Las dos entraron a la cabaña. La puerta estaba abierta, solo tuvieron que girar el pomo. A Edalia le daba muy mala espina aquello.

SOR PILAR: Mis niños... ya estoy aquí. Soy yo.

Unos bruscos ruidos comenzaron a escucharse desde la planta de arriba de la cabaña. Algo bajaba con mucha prisa desde allí arriba. 

SOR PILAR: Atenta.

Como diez o doce niños bajaron por la escalera, a cuatro patas, arrastrándose por el suelo. Tenían un aspecto realmente macabro, y tenían la boca sangrienta. Edalia, que no era tonta, se dio cuenta de todo aquello en seguida.

EDALIA: Son... son... son... los que...

No le salían las palabras por la boca.

SOR PILAR: Son los que atacaron el convento, pero tranquila, no te van a hacer nada si yo no se lo ordeno. Soy como una madre para ellos 

Edalia pensaba que se había metido en un buen lío. Estaba en un sitio extremadamente macabro, con una mujer que a simple vista no lo parecía, pero estaba completamente loca. Sor Pilar los ató por el cuello con la cadena a todos los niños. 

SOR PILAR: Edalia, ve al convento y coge un furgón. Prepáralo a la entrada del bosque. 
EDALIA: ¿Va a llevar a estos niños a algún sitio, señora?
SOR PILAR: Sí.

Sor Pilar se tocó el bolsillo en el que tenía la llave del Santa Teresita y miró a Edalia haciéndole un amago con la cabeza para que se marchara.




La habitación del motel era bastante bonita. Y amplia, a su vez tenía varias habitaciones, un baño y una sala de estar. Ahora estaban comiendo una tortilla de patatas que había preparado Julia durante el viaje en el yate, antes de haberse quedado sentada en el vater.

JULIA: ¿Os gusta?
MACU: Mmmm... ¡riquísima!
JULIA: Me alegro  Oye, ¿y no se va a molestar vuestra amiga porque yo vaya a la boda sin estar invitada?
FAUSTI: ¡No creo! Rebe es muy buena niña 
MACU: Jajajaja. Déjate que vea mi regalo.
SOLEDAD: ¿Qué le vas a regalar, Macu?
MACU: Lo tengo guardado en la maleta. Ya lo verás cuando se lo de.
JULIA: Dinoslo, que ya que tiene tanta gracia, igual nos podemos reir todas también.
MACU: ¡Que no! Que os conozco y luego no me dejáis que se lo regale.
SOLEDAD: Huy, a saber lo que será.
FAUSTI: En fin, me voy a ir vistiendo, que tenemos que estar allí en una hora.



Llegó la tarde al Convento San Felipe. Esta mañana, Sor Pilar y Edalia se habían marchado unas horas de allí en una furgoneta a un sitio desconocido. Pero a Loli no le había pasado por alto ese detalle, así que, en cuanto pudo, cogió a Edalia por uno de los pasillos.

LOLI: Edalia, ¿Dónde fuisteis esta mañana Pilar y tú?
EDALIA: Yo... no puedo decir nada.
LOLI: Edalia, por favor. Necesito saberlo. ¿Te ha hecho algo malo?
EDALIA: No. No es eso...
LOLI: ¿Entonces? ¡Cuéntamelo! Hay que poner remedio. Esa mujer es muy manipuladora y siempre, siempre, se quiere salir con la suya. ¡Eso no hay que permitirlo!

Edalia agarró por el brazo a Loli y la llevó al patio del convento.

EDALIA: Fuimos a una cabaña del bosque.
LOLI: ¿Una cabaña? ¿Qué había allí?
EDALIA: Allí estaban unos cuantos niños de los que atacaron el convento, podrían ser como diez o doce.
LOLI ¿Y qué hizo con ellos?
EDALIA: ¡Es que eso no es lo más fuerte! Lo más fuerte es que esos niños diabólicos veían una figura materna en Pilar. La obedecían.
LOLI: Edalia, ¿qué hizo con los niños, por qué os fuisteis en una furgoneta?
EDALIA: Los llevamos con unas cadenas a la furgoneta y nos fuimos al convento Santa Teresita. El convento ese ya ha terminado las obras que estaban haciendo en él, por lo visto, y Pilar tiene un llave de ese lugar.
LOLI ¿Qué pasó?
EDALIA: Soltamos a los niños dentro de ese convento.

Loli se quedó patidifusa.


LOLI: ¿Qué fin quiere conseguir Pilar con todo esto?
EDALIA: Quiere que cuando las hermanas vuelvan de sus viajes a Roma y el Vaticano y lleguen al Santa Teresita, se encuentren con la sorpresa.
LOLI: Díos mío... eso va a ser una masacre.
EDALIA: Ya lo sé.
LOLI: Hay que impedirlo.
EDALIA: ¡No! No digas nada, por favor.
LOLI: Lo siento, Edalia, no me voy a quedar de brazos cruzados sabiendo lo que va a pasar.



En un cementerio del Vaticano, habían conseguido enterrar el cajillo de Santiago. Dorada había dicho unas cuantas palabras de despedida para el hombre.

DORADA: Bueno, pues ya está. Ya pasó todo.
GITANA: Es una pena que no tuviera familia que le llorara en este entierro. Nadie va a reclamar su desaparición tampoco...
DORADA: Sí. Eso nos beneficia a nosotras. Porque nadie más sabrá lo que ha pasado aquí.
GITANA: Ya...
DORADA: Este hombre siempre ha estado tocando las narices, hasta muerto. Menos mal que ya no va a dar más guerra. 
GITANA: ¿Qué vas a hacer con el arma que nos encontramos?
DORADA: Está dentro del cajillo, con él, enterrada. Así nunca la encontrará nadie. 
GITANA: ¡Bien!
NIÑO: Mamá, ¿cuándo nos vamos a casa?
GITANA: Sí. Ahora nos vamos a la caravana. Que seguimos con nuestro viaje, niño.
DORADA: Y yo al final me he perdido el discurso de Benedicto... en fin, qué desastre. Me cogeré de inmediato el primer avión para España.



El descampado estaba lleno de gente. Rupert estaba esperando en el altar a su novia, Rebeca. Las chicas habían cogido un buen puesto en las sillas.

MACU: ¡Qué frío hace aquí!
JULIA: Ya ves, se me va a congelar toda la almeja.
MACU: Eso es malo, porque luego te sube el resfriado a todo el cuerpo.
FAUSTI: Ay, por Dios, ¿no tenéis otra cosa de la que hablar justo cuando está a punto de llegar la novia?
MACU: ¡Y de qué quieres que hablemos ¡Hija mía, qué pesada! Siempre quejándote.

Fausti se quedó mirando a Macu con maldad.

FAUSTI: Si yo quisiera, te podría decir ahora mismo una cosa que te iba a cambiar la vida, Macu. Pero viendo lo bien que te portas conmigo... se me quitan las ganas.
MACU ¿Qué cosa es? ¡Dímela!
FAUSTI: No, es un secreto. Y prometí no decir nada.
SOLEDAD: ¡Que viene, que viene! ¡Ya viene la novia!

Un coche negro llegó y paró frente a la gran alfombra roja que discurría entre las filas y filas de asientos que se habían preparado. La puerta del coche se abrió y de él salió Rebeca. Tenía un vestido precioso. Caminó por la alfombra a la vez que sonaba la marcha nupcial.

MACU: ¡Guapa!
FAUSTI: ¡Guapaaaaa!
REBECA: Jeje.

La mujer llegó al altar. El sacerdote habló.

SACERDOTE: Estamos todos aquí reunidos hoy para dar enlace matrimonial a Rebeca y Rupert. 

La pareja se miró a los ojos.

RUPERT: Estás muy guapa.
REBECA: Tú también 



En el San Felipe, Edalia estaba buscando como una loca a Sor Pilar, hasta que la encontró en la iglesia.

EDALIA: ¡Sor Pilar! ¡Señora!
SOR PILAR: Dime, Edalia, ¿qué ocurre?
EDALIA: Tenemos un problema.
SOR PILAR: Cuenta, hija.
EDALIA: Verá, es que Loli vio como metíamos los niños en la furgoneta y cómo nos íbamos. 
SOR PILAR
EDALIA: Me estuvo preguntando antes... y usted ya sabe cómo soy yo. Y le tuve que contar que los llevamos al Santa Teresita.
SOR PILAR ¿Tú para qué diablos dices nada?
EDALIA: ¡Lo siento, señora! Es que yo no sé mentir...
SOR PILAR: Bueno, no te preocupes. Ya me encargo yo de esa mujer. Solo nos ha dado problemas todo este tiempo. (Antes de irse) Ah, y si no sabes mentir, te voy a tener que enseñar yo.



El avión en el que volvía Dorada desde el Vaticano había llegado, por fin a España. Dorada estaba ya en el aeropuerto. Había tardado menos de 45 minutos. Ahora, Dorada iba a montarse en un taxi para volver al San Felipe cuando su teléfono comenzó a sonar. Era Loli la que llamaba.

DORADA: ¿Sí? ¿Quién es?
LOLI: ¡Soy yo, Dorada!
DORADA: ¿Loli? ¿Qué tal, querida? 
LOLI: Mal. No tengo mucho tiempo, pero deberías venir al San Felipe enseguida. Sor Pilar ha hecho algo muy gordo y...

La llamada se cortó. Al otro lado de la línea, Sor Pilar había empujado con fuerza a la pobre mujer contra la mesa de la estancia en la que estaban.

SOR PILAR: ¿Qué pensabas hacer, Loli?
LOLI: Como ya le dije una vez, yo no pienso dejar que nadie lo pase mal mientras yo pueda impedirlo.
SOR PILAR: Quizás eso te pase una mala pasada.
LOLI: ¿Y qué vas a hacerme? ¿Matarme? Debería darle vergüenza llevar colgada una cruz de Cristo en el cuello. Debería darle vergüenza ser una madre superiora ante todo el daño que está haciendo.

Sor Pilar sacó de su bolsillo un pañuelo y agarró fuertemente a la chica por la cabeza colocándole el pañuelo en las vías de respiración. Estuvo unos segundos, hasta que Loli perdió el conocimiento.

La madre superiora sacó unas cuerdas y sentó a la mujer en una silla. La ató fuertemente. Después, cerró la habitación con llave y tiró esta por una de las alcantarillas que estaban en el patio del convento.

SOR PILAR: Un problema menos.




Unos 45 minutos más tardes, Dorada llegó al San Felipe. Estaba buscando a Loli, por lo que había pasado cuando la estaba llamando. Pero se encontró de frente con Sor Pilar.

SOR PILAR: ¡Hombre, Dorada! ¿Qué tal estás?
DORADA: Bien. ¿Dónde está Loli?
SOR PILAR: ¿Qué tal todo por el Vaticano?
DORADA: ¿Dónde está Loli, Pilar?
SOR PILAR: Se marchó del convento. Aquí ya no pinta nada, ¿por qué es tan importante para ti? Tengo una gran noticia que darte, Dorada.
DORADA: ¿Una gran noticia? ¿Cuál?
SOR PILAR: Toma.

La mujer le entregó unas llaves, eran las del Santa Teresita.

SOR PILAR: Cuando has estado fuera, llamaron de que las obras habían finalizado. Y me tomé la molestia en ir en tu nombre a recoger las llaves para acelerar el proceso de cambio de convento.
DORADA Vaya, Pilar... no me esperaba este detalle por tu parte. Gracias.
SOR PILAR: De nada, mujer. A la próxima fiesta de la primavera, estás invitada a venir, con las demás hermanas superioras 
DORADA: Bueno, pues voy a avisar a todas las demás monjas del Santa Teresita, que nos vamos. Menos a Macu, Fasusti y Soledad, que fueron a la boda. Ya las llamaré para que vayan directamente al Santa Teresita cuando vuelvan.
SOR PILAR: Ha sido un verdadero placer haberos dado nuestro techo durante las obras en tu convento, Dorada (mintió)

La mujer agarró de las manos a Dorada.

SOR PILAR: Siento mucho que se hayan tenido que notar tanto nuestras diferencias... es una pena. Podríamos haber sido grandes amigas.
DORADA: La verdad es que sí, pero Dios ha querido que sea como ha sido, de ello no cabe duda, porque sino, no nos habríamos llevado tan mal. Voy a buscar a todas las hermanas del Santa Teresita. Nos vamos ya.



Había llegado el momento más esperado de toda la boda, el “sí, quiero”. El sacerdote se preparó para hacerle primero la pregunta a él.

SACERDOTE: Rupert, ¿quieres tomar a esta Rebeca por tu legítima esposa, y vivir con ella, conforme a la ordenanza de Dios, en el santo estado del Matrimonio? ¿La amarás, consolarás, honrarás y conservarás en tiempo de enfermedad y de salud; y renunciando a todas las otras, te conservarás para ella sola, mientras los dos vivieren?
RUPERT: Sí, quiero.

El sacerdote se giró a Rebeca.

SACERDOTE: Rebeca, ¿quieres tomar a este Rupert por tu legítimo esposo, para vivir con él conforme a la ordenanza de Dios, en el santo estado del Matrimonio? ¿Le amarás, consolarás, honrarás y conservarás en tiempo de enfermedad y de salud; y, renunciando a todos los otros, te conservarás para él solo, mientras los dos vivieren?

Rebeca miró a Rupert, éste le sonrió. Después miró al público. La gente asentía con la cabeza.

REBECA: Yo...
SACERDOTE: Vamos, querida, que no tengo todo el día.
REBECA: Sí, quiero.

El sacerdote sonrió de oreja a oreja y se preparó para despedir la boda.

SACERDOTE: ¿Alguien tiene algo que decir? Que lo diga ahora o que calle para siempre.

MACU: ¡Yoooooooo!

Rebeca mostró cara de enojada. Fausti y Soledad mandaron a callar a Macu. Estaban quedando en evidencia por su culpa.

MACU: Yo... quería decirle a Rebe que gracias.
REBECA: ¿Por qué, Macu?
MACU: Gracias por haber sido mi amiga 

El público dejó escapar un “¡Ohhhh!” y después tocaron las palmas. Fausti miró molesta a Macu.

FAUSTI: Mira que hay momentos y momentos para decir las cosas, pues tú has ido a elegir el mejor, hija.

SACERDOTE: ¿Nadie más...? (Pausa) Entonces, por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro, marido y mujer.

Ambos se besaron apasionadamente y la gente comenzó a aplaudir con efusividad.

JULIA: ¡El arroz!

Julia sacó las bolsas de arroz y comenzaron a tirarle a los novios a la vez que estos pasaban por la alfombra roja de camino al coche.



Dorada avisó por megafonía a todas las hermanas del Santa Teresita de que se marchaban esta misma tarde-noche a su convento. Ya había llamado a un autobús y todo. En el comedor, Cloti y Gabula estaban discutiendo. No sabían si irse al Santa Teresita o quedarse en el San Felipe. Dorada llegó.

DORADA: Cloti, ¿Y tú qué?
CLOTI: Yo... no sé. Me parece que me quedo aquí, con Gabula.
DORADA ¡Pero te necesitamos en el Santa Teresita! Tú eres nuestra cocinera allí.
CLOTI: Ya lo sé. Pero estos tres meses que hemos pasado en este convento, han cambiado muchas cosas. He conocido a Gabula y...
GABULA: Poh zi...
DORADA: Eso no es un problema. Gabula, ¿quieres venirte tú con nosotras al Santa Teresita?
GABULA: ¡Oh! ¿En zerio?
DORADA: Claro.
GABULA: ¡Poh entonce ziiii!

Cloti y Gabula se abrazaron. Iban a seguir juntas.

CLOTI: Gracias Dorada, de verdad.
DORADA: No hay que agradecerlo, para eso están las amigas.



En el convite de celebración de la boda, las chicas se lo estaban pasando en bomba. Entre tanto baile, comidas y bebidas, algunas estaban ya que no podían con el cuerpo. Fausti fue a sentarse junto con Soledad, que estaba en su silla de ruedas.

FAUSTI: Ay, no puedo más. Me duelen hasta las varices.
SOLEDAD Normal, no has parado de bailar como una loca.
FAUSTI: Hija, es que no todos los días asiste una a una boda de esta categoría.
SOLEDAD: Jeje, ya ves. Disfrútalo, que tu puedes... 

Fausti miró apenada a Soledad.

FAUSTI: No estés triste. Aunque estés en la silla de ruedas tienes mil formas de divertirte aquí. Ven conmigo.
SOLEDAD: ¿A dónde?
FAUSTI: Vamos, ven.

Fausti pasó a la pista de baile con Soledad detrás. La agarró de las manos y comenzó a bailar con ella en la silla de ruedas.

SOLEDAD: Jajajaja... 
FAUSTI: ¡Eaaaaa! ¡Vamos!

Llegó el momento de cambiar de pareja. Fausti se puso Macu y Soledad con Julia.

MACU: ¿Cuándo me vas a decir ese secreto?
FAUSTI: Es que no te va a gustar, Inmaculada... y me siento mal diciéndolo. Contigo y con Dorada.
MACU ¿Dorada? ¿Qué tiene ella que ver?
FAUSTI: Verás, tu padre no murió cuando tu eras chica, Macu.

Macu paró de bailar.


MACU: ¿Qué?
FAUSTI: Cuando tuvo el accidente en el tejado, lo llevaron al hospital, y sobrevivió. Pero luego se marchó, sin querer saber nada de vosotras. Y le dejó el Santa Teresita a Dorada.
MACU
FAUSTI: Tu padre, murió realmente en el hospital hace unos días... y tienes otras hermanas.
MACU: Esto no lo sabía yo. ¿Dorada sí?
FAUSTI: Tu hermana siempre supo que tu padre no había muerto, pero créeme, te lo ocultó para protegerte. Para no hacerte daño y que pensaras que os había abandonado.
MACU: ¡Pero es que es lo que hizo!

El grito de Macu se oyó tan fuerte que la gente que estaba bailando paró.

REBE: ¿Qué pasa, Macu? 
MACU: ¡No me toques!

Inmaculada le dio un manotazo a Rebeca y salió de la pista de baile, llorando. Rebeca se quedó mirando a Fausti.

REBE: ¿Qué ha pasado?
FAUSTI: Déjalo. Sigue divirtiéndote, hoy es tu día.



El autobús que recogía a todas las hermanas del Santa Teresita del convento San Felipe ya las estaba esperando en la puerta. Ya era prácticamente de noche. La mayoría de las hermanas ya habían montando. Faltaba solo por montar Dorada. Sor Pilar estaba en la puerta despidiéndolas.

SOR PILAR: Bueno, pues que tengáis un buen viaje.
DORADA: Gracias. 

La mujer miró por última vez el San Felipe y se montó en el autobús. Éste se puso en marcha y se alejó por la carretera. Sor Pilar esperó a que el autocar ya no estuviera en la línea de visión para reír a carcajadas.

SOR PILAR: Edalia, prepara los pañuelos.
EDALIA: ¿Por qué, señora?
SOR PILAR: Porque vamos a llorar de la risa cuando estas monjas lleguen a su querido convento y se encuentren con mis queridos niños.
EDALIA: Esto no está bien, señora.
SOR PILAR: ¿Me vas a decir tú a mi lo que está o no está bien?

Edalia se quedó mirando hacia el pecho de la madres superiora. Tenía colgando de él una cruz del revés. Eso era el signo del Diablo. Sor Pilar se retiró hacia adentro del convento mientras Edalia se quedaba en la puerta viendo cómo se alejaba el autobús con las monjas al convento Santa Teresita, donde les estaban esperando los Hijos de Satanás: Estaban viajando hacia una muerte segura.

Con las apariciones de Ángela Molina como Edalia y de Teté Delgado como Julia.

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