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martes, 10 de agosto de 2010
Hijas del señor cap. 20
4:06 |
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Dorada estaba junto a las tumbas del Santa Teresita. No paraba de llorar. Alguien se acercó hasta ella a consolarla. Era Clotilde.
Cloti: No llores más, mujer. La vida es así, mientras unos viven otros la pinchan.
Dorada: ¿Tú quién eres?
Cloti: Soy Clotilde, la nueva cocinera.
Dorada: Pero... tú no tienes carrera eclesiástica ¿no?
Cloti: ¿Me ves con cara de santita? ja ja. Claro que no. Soy cocinera, punto.
Dorada: Vaya... pues ya son ganas de venir a meterse de cocinera a este convento... ¿no tienes familia?
Cloti: No me gusta hablar de ese tema.
Dorada: Entonces no seré yo quién te pregunte.
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Sonó un relámpago. Unas nubes muy feas se acercaban a lo lejos.
Dorada: Se avecina tormenta.
Cloti: Si... voy a recoger los rábanos que sembré ayer en el huerto.
Dorada: ¿Has estado sembrando en el huerto?
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Cloti: Si. Estaba muy abandonado...
Dorada: Desde los tiempos de mi madre que no sembraba nadie ahí...
Cloti: ¿Puedo preguntar por qué?
Dorada: Claro. Verás, de un día para otro las cosas que sembrábamos estaban en mal estado al cocinarlas.... nadie sabe por qué, pero hubo varias muertes por envenenamientos en esa época. Y bueno... así a lo tonto, el huerto se dejó.
Cloti: Yo es que soy mucho de huertos...
Dorada: Oye, Clotilde ¿tú crees en Dios?
La cocinera se pensó una ingeniosa respuesta.
Cloti: ¿Alguien le ha visto realmente?... Hasta luego.
La mujer se fue al huerto dejando pensativa a Dorada. Desde hace propios días, bueno, más concretamente desde que se alejó de la gente de El Consejo se había pensando quién era realmente Dios y por qué había malgastado la mitad de su vida ahí, en ese convento.
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Eran las ocho de la tarde... o de la noche, según se mire, ya que las enormes nubes que rodeban en ese momento la comarca del Santa Teresita parecían sumir el mundo en una gran noche que no fuera a acabar nunca. Un taxi se acercaba al convento, de él se bajó una mujer rubia y alta, su nombre era Soledad. La mujer llamó a la puerta del convento.
Fausti: ¿Hola? ¿Desea algo?
Soledad: Hola, querría ingresar como hermana en el convento.
Fausti: ¡Huy! Espera un momentito, ahora mismo llamo a la madre superiora. Es con quien debes hablar.
Soledad: ¿Puedo pasar?
Fausti: Si si... cómo no...
Cuando Soledad pasó se encontró con Macu sentada en una silla del hall, comiendo un helado.
Soledad: Me puedo hacer una idea del nivel que tenéis en este convento... mejor me voy a otro.
Fausti: ¿Qué? ¡NO!
Macu: ¿¡POR QUÉ LO DICES!? ¿Por mí?
Fausti: Inmaculada, no te alteres.
Macu: ¡Es que si me altero, coño!
Soledad: Huy, insultos en un convento... abrase visto...
En ese momento, llegó Dorada por la escalera del hall.
Dorada: Buenas tardes, mi nombre es Dorada, soy la madre superiora y dueña del Santa Teresita. Ven a mi despacho.
Soledad: De acuerdo.
La madre superiora se llevó a la nueva a su despacho a negociar la incorporación de esta al escuadrón de monjitas.
Macu: Madre mía... vaya novata... y encima con mal humor ja ja ja.
Fausti: Macu, no vayas a hacer nada de lo que te puedas arrepentir.
Macu: ¡Huy! jajaja...
Fausti: ¡Inmaculada! Que nos conocemos...
Macu: ¿Qué hay de malo en una novatada?
Fausti: Esta mujer parece muy seria...
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Mientras tanto, las hermanas se dispusieron a ir a cenar. Después tenían la misa de las nueve. Cloti iba por las mesas repartiendo bacalao dorado.
Cloti: Ale, un poquito más aquí... y otro más allí. ¿A alguien le falta?
Macu: ¡A mi!
Cloti: A ti ya te he echado. Voy a comer yo.
La mujer se echó comida en su plato y se fue a sentar en un hueco que quedaba libre, en la mesa de las chicas.
Cloti: Hola... aquí mismo me acoplo.
Petra: Tú no eres bienvenida en esta mesa.
Cloti: ¿Ah sí? ¿Por qué?
Petra: ¿O ya se te ha olvidado lo del pastel de chocolate?
Cloti: JAJAJAJAJAJA.
Macu: Es verdad, esta degenerada no debía estar sentada con nosotros.
Cloti: ¡Ey! Cuidado con lo que decís... que de degenerada no tengo ni los pelos del chi...
Fausti: ¡Basta ya! ¡Me vais a hacer decir un taco!
Y es que la hermana Faustina estaba hoy de muy mal humor.
Petra: ¿Qué te ocurre, Fausti?
Fausti: Nada... los cambios bruscos de tiempo, que me dan dolor de cabeza.
Petra: Pues es verdad... mismo ayer hacía un sol divino y hoy va a caer un tormentón...
Cuando todas acabaron de comer, se dispusieron a ir a la iglesia.
Macu: Vamos, que Santiago ya debe de estar esperando.
Cloti: Bueno, pues yo me voy a la cama. Ya que a misa no voy ni atada. Qué paséis buena noche...
Petra: Estos ateos... deberían de darle su merecido a esta mujer.
Fausti: Si, querida, pero ahora vamos a misa.
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Sonaban relámpagos y llovía fuertemente, pero a pesar de ello, todas las hermanas estaban como de costumbre en la misa de las nueve en la iglesia del Santa Teresita. Santiago estaba en el altar, dando la misa como de costumbre.
Santiago: Bueno... a pesar de este fatídico día, en el que se nota que nuestro Señor está muy enfadado, daremos la eucaristía como todos los días. Bien, empecemos...
Mientras, la nueva hermana, ya vestida de monja entraba en la iglesia toda empapada.
Soledad: A ver donde encuentro yo un asiento, ahora...
Dorada: Aquí, siéntate aquí a mi lado.
La mujer se sentó en el banco al lado de Dorada y justo delante de las chicas.
Macu: Oye... ¿Cuando se levante le tiramos hacia ella el banco? jajajaja.
Fausti: Calla Inmaculada... En el nombre del padre, del hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Macu: ¿Por qué?
Petra: Macu, no podemos hacerle la puñeta a una nueva monja. Así luego la espantamos... mira a Rebe...
Macu: ¡Tienes razón! No podemos cogerle cariño. Así que más me ayudas a hablar, hay que hacerle la puñeta, como tú dices.
Cloti estaba sola en el convento. Pues todos estaban en misa. Pero ella estaba en su cama, tumbada, oyendo esos relámpagos que tanto miedo le daban... y que le habían dado más de un disgusto en el pasado...
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La madre de Cloti le había dicho que tuvieran cuidado en ir a jugar al pajar. Ella vivía en una granja. Hoy hacía mucha tormenta.
Madre: Cloti, no vayas con tu hermana al jugar al pajar, que mira como está el tiempo.
Cloti: ¡Mamá! Que no pasa nada... si está a pocos metros. Vamos a llegar deprisa.
Leticia: ¡Vamos!
Cloti: Vamos.
Las dos hermanas salieron por la puerta. Salieron a correr por el tremendo chaparrón que caía. Entonces, cuando Cloti le adelantaba a Leticia, al ser más mayor y había llegado al pajar, esta otra se cayó al suelo.
Cloti: ¡Leticia!
Entonces, ocurrió lo peor. Un rayo cayó en el cielo y atravesó el cuerpo de la pequeña justo cuando se fue a poner en pie.
Cloti: ¡NOOOO!
A Cloti le caía una lágrima de su mejilla. Cada vez que presenciaba lo mismo recordaba ese momento sin parar de llorar.
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La misa acabó. La gente se dispuso a salir de la iglesia, pero en cuanto abrieron la puerta un fuerte viento empujó a la hermana que la había abierto hacia atrás. Todas gritaron escandalizadas.
Macu: ¡Ohhhhh!
Dorada impuso el orden.
Dorada: ¡Tranquilas! ¡Que no cunda el pánico!
Soledad estaba alucinando en colores.
Soledad: ¿¡Qué ocurre!?
Santiago cerró la puerta de la iglesia.
Santiago: Tendremos que esperar a que se pase este tormentón para salir de la iglesia.
Macu: ¡¿Qué?! ¡No podemos estar aquí! Puede estar horas así...
Santiago: ¡Mirad por la ventana! El agua ya ocupa una cuarta en el suelo... además muchas de vosotras no estáis en edad para salir corriendo, y encima andando sobre el agua. Son unos veinte metros hasta el convento...
Dorada: Estoy de acuerdo, sería un suicidio. Vamos a esperar aquí.
Entre las chicas, había cundido el pánico.
Macu: ¡Nos vamos a morir! ¡AHHHH! Mañana nos van a encontrar a todas despedazadas y ahogadas, con nuestros cuerpos mutilados y llenos de sangre flotando entre el agua ¡AHHH!
Fausti: Macu, no te alteres.
Petra: ¡¡Ay!! No digas eso, qué miedo.
Soledad: Vamos a ver.
Macu: ¡NI VAMOS A VER NI LECHES! ¿No ves que vamos a morir?
Soledad: A mi no me chilles, lo primero.
Macu: ¿Y si te chillo qué?
Soledad se lanzó hacia Macu y la cogió por los pelos.
Macu: ¡Ahhhh! ¡PUTA! ¡GUARRA!
Soledad: ¡Toma esta! ¡Y esta!
Dorada y varias hermanas fueron corriendo a separar. Cuando lo consiguieron...
Macu: ¡Me tienes hasta...
Dorada abofeteó a su hermana antes de que terminara la frase.
Dorada: Ya hablaré contigo más tarde. Y tú, Soledad, tu comportamiento no es precisamente ejemplar en tu primer día en el convento.
Soledad: No. No lo es el vuestro, que soy aquí nueva y desde que he entrado al Santa Teresita no he parado de ver atrocidades y cosas indignas para un convento.
Entonces, algo sonaba en el techo de la iglesia. Una gran lámpara cayó al suelo encima de unas hermanas.
Dorada: ¡Ahhhhh!
Santiago: ¡Hermanas! ¡Ayudarme a sacarlas de ahí!
Entre todos intentaron quitar la gran lámpara (ya hecha pedazos) de encima de las hermanas. Entonces, Fausti se asomó a la ventana de la iglesia.
Fausti: Dios santo... el agua... ocupa ya más de un metro del patio del convento, en menos de una hora...
Petra: Hay que rezarle al señor y que nos salve de esta.
Mientras tanto, en la zona del altar de la iglesia, Dorada se había llevado a Santiago, para hablar con él.
Dorada: No me gusta un pelo tus intenciones, Santiago.
Santiago: ¿Qué intenciones?
Dorada: Las que tuviste al intentar vender el convento. ¿Para qué querías vender el convento?
Santiago: ¿Pero... no habíamos hablado eso ya? Mira, hagamos una cosa, querida Dorada. Yo no me veo obligado a decirte para qué quería vender el convento y así de paso no le cuento a toda esta gente que estabas en un grupo de conspiradores que van a intentar asesinar al papa.
La madre superiora se quedó helada ante la acusación de Santiago.
Dorada: ¿Cómo sabes tú eso?
Santiago: Y ahora, si me permites, hay que buscar la forma de salir de esta iglesia sin que nos ahoguemos.
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Cloti estaba dormida cuando un ruido la despertó. La mujer se levantó de la cama y se asomó al pasillo. Acababa de ver una sombra al final.
Cloti: ¿Eh? ¿Quién es a estas horas de la noche?
La mujer salió corriendo detrás de la sombra, pero la perdió de vista, en seguida. Al salir corriendo, esa persona que huía se había dejado la puerta de la habitación de Dorada abierta. La cocinera entró en ella.
Cloti: ¿Dorada?
La mujer se quedó pasmada ante lo que vio en esa habitación.
Cloti: ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!
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Ya llovía menos, pero segúia lloviendo, y lo importante, el patio estaba inundado.
Dorada: Vamos a ver. Por lo menos ya podemos abrir la puerta de la iglesia.
Soledad: A ver, ¿cómo es que en este convento no hay una entrada interna que te lleve a la iglesia? ¿solo se puede acceder por fuera?
Macu: Si. ¿Algún problema? ¡Si no te gusta te vas al carajo!
Dorada: Calla, Macu. A ver, voy a abrir.
La madre superiora abrió la puerta. Un montón de agua penetró en la iglesia. El patio se fue vaciando poco a poco. Toda la gente se puso perdida hasta los tobillos de agua.
Dorada: Pues ya está, ya podemos cruzar el patio. ¡Vamos!
Toda la gente fue saliendo de la iglesia, las chicas iban detrás de Soledad.
Macu: ¡Mirad!
La hermana Inmaculada le puso la zancadilla a Soledad, y esta, sin esperárselo se cayó al suelo quedando totalmente empapada.
Soledad: ¡Ahhh! ¡Malditas diablas!
La mujer se levantó corriendo y se encaró con Macu.
Macu: ¡Ey!
Soledad: ¿Qué me vas a hacer ¿Eh? ¡Hazmelo a la cara si tienes lo que hay que tener!
Petra: Venga, ya está tranquilas... (intenta separarlas)
Soledad: No. Tranquilas no, esta mujer está loca.
Macu: ¡Loca tú!
Soledad: Me has tirado al suelo.
Macu: ¿Y qué? ¿Te has muerto?
Entonces Soledad se puso muy seria.
Soledad: En varios días, no sabéis las de cosas que me han pasado... no sé cuál más descabellada, la verdad.
Flashback Soledad, hace varios días
Soledad estaba trabajando en la casa de su señor, como habítualmente solía hacer hasta que escuchó un ruido.
Soledad: ¿Hola?
La mujer siguió el pasillo de la casa, con algo de temor.
Soledad: ¿Mario? ¿Eres tú? ¿Estás ahí?
Mario era el amo de Soledad, la persona para la que ella trabajaba. Por fin, abrió la puerta de la habitación de Mario y cuál fue su sorpresa al encontrar allí su cadáver con la cabeza separada del cuerpo, degollado.
Soledad: ¡¡¡¡Marioooooo!!!! ¡Ay Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Mientras tanto, el asesino estaba escondido dentro de un armario, esperando a que la asistenta abandonara el lugar.
Soledad: Mario, no te muevas ¿eh? Bueno, no te puedes mover la verdad… Iré a buscar ayuda, esto no puede estar pasando.
Soledad salió corriendo de la casa para subir al piso superior. Llamó al timbre de la vecina de Mario, desesperada.
Marta: ¿Quién es? Ya voy, ¡ya voy! Qué prisas.
La vecina abrió la puerta y vio la cara de Soledad completamente pálida.
Marta: ¿Qué ocurre? ¿Por qué tiene la cara tan pálida, Soledad?
Soledad: Verá, es por Mario. He entrado en casa y no sé cómo, pero… pero…
Marta: ¿Pero qué?
Soledad: Lo he visto muerto en el suelo de su habitación. ¡Estaba degollado!
Marta: (Sorprendida) ¿Qué? ¿Pero cómo puede ser eso? ¿Estás segura?
Soledad: Sí, completamente. Se lo juro. He venido a buscar ayuda.
Marta: No me lo puedo creer. Venga, llévame hasta él.
Ambas mujeres volvieron al ascensor y entraron en casa de Mario. Entraron en la habitación donde se había producido el crimen, y cuál fue la sorpresa de la asistenta al abrir la puerta.
Soledad: ¡No está! No puede ser, ¡no puede ser! Pero si estaba aquí mismo hace cinco minutos, degollado en el suelo.
Marta: Sí, claro. Señora, no invente. Es evidente que me está tomando el pelo, Mario se habrá ido a comprar o algo.
Soledad: Que no, ¡se lo prometo! Por favor, tiene que creerme, ¡estaba aquí mismo!
Marta: Deben ser alucinaciones suyas. Yo de usted no llamaría a la policía, más bien llamaría a un psiquiátrico.
Soledad: Pero… pero…
Marta: Adiós, Soledad.
La vecina abandonó el lugar. Soledad no se lo podía creer, la había tomado por loca. No se lo podía creer, no encontraba ninguna explicación a lo sucedido. Después de esto, decidió ingresar como hermana en el convento Santa Teresita, sin saber qué había ocurrido...
Soledad: ¿Hola?
La mujer siguió el pasillo de la casa, con algo de temor.
Soledad: ¿Mario? ¿Eres tú? ¿Estás ahí?
Mario era el amo de Soledad, la persona para la que ella trabajaba. Por fin, abrió la puerta de la habitación de Mario y cuál fue su sorpresa al encontrar allí su cadáver con la cabeza separada del cuerpo, degollado.
Soledad: ¡¡¡¡Marioooooo!!!! ¡Ay Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Mientras tanto, el asesino estaba escondido dentro de un armario, esperando a que la asistenta abandonara el lugar.
Soledad: Mario, no te muevas ¿eh? Bueno, no te puedes mover la verdad… Iré a buscar ayuda, esto no puede estar pasando.
Soledad salió corriendo de la casa para subir al piso superior. Llamó al timbre de la vecina de Mario, desesperada.
Marta: ¿Quién es? Ya voy, ¡ya voy! Qué prisas.
La vecina abrió la puerta y vio la cara de Soledad completamente pálida.
Marta: ¿Qué ocurre? ¿Por qué tiene la cara tan pálida, Soledad?
Soledad: Verá, es por Mario. He entrado en casa y no sé cómo, pero… pero…
Marta: ¿Pero qué?
Soledad: Lo he visto muerto en el suelo de su habitación. ¡Estaba degollado!
Marta: (Sorprendida) ¿Qué? ¿Pero cómo puede ser eso? ¿Estás segura?
Soledad: Sí, completamente. Se lo juro. He venido a buscar ayuda.
Marta: No me lo puedo creer. Venga, llévame hasta él.
Ambas mujeres volvieron al ascensor y entraron en casa de Mario. Entraron en la habitación donde se había producido el crimen, y cuál fue la sorpresa de la asistenta al abrir la puerta.
Soledad: ¡No está! No puede ser, ¡no puede ser! Pero si estaba aquí mismo hace cinco minutos, degollado en el suelo.
Marta: Sí, claro. Señora, no invente. Es evidente que me está tomando el pelo, Mario se habrá ido a comprar o algo.
Soledad: Que no, ¡se lo prometo! Por favor, tiene que creerme, ¡estaba aquí mismo!
Marta: Deben ser alucinaciones suyas. Yo de usted no llamaría a la policía, más bien llamaría a un psiquiátrico.
Soledad: Pero… pero…
Marta: Adiós, Soledad.
La vecina abandonó el lugar. Soledad no se lo podía creer, la había tomado por loca. No se lo podía creer, no encontraba ninguna explicación a lo sucedido. Después de esto, decidió ingresar como hermana en el convento Santa Teresita, sin saber qué había ocurrido...
Dorada: Inmaculada, esta vez te has lucido. Viene una persona nueva y... ¿así la tratas?
Macu: ¡Pero...!
Antes de que su hermana pudiera pronunciar una palabra más, la hermana superiora entró al convento. Pero no habían acabado las sorpresas por hoy. Al entrar al Santa Teresita, Clotilde, fue corriendo hasta la madre superiora.
Cloti: ¡Dorada! ¡Tienes que venir! En tu habitación...
Dorada: ¡¿Qué?!?
Cloti: ¡Vamos! Es mejor que lo veas tú misma.
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Dorada y Cloti fueron corriendo a la habitación de la primera. Justo al entrar, Dorada abrió la boca en forma de sorpresa. Y es que lo que había sobre su cama era un cordero muerto, con las tripas abiertas. Sobre él había una nota.
Dorada: ¿Quién ha hecho esto?
Cloti: No he podido verle...
Dorada: Vale, Clotilde, puedes retirarte.
La cocinera se fue de la estancia. Entonces, la madre superiora cogió la nota y la leyó.
Dorada: En El Consejo, la traición se paga con la muerte. No lo olvides, Dorada.
A Dorada le tembló el pulso. Aquello era una amenaza de muerte hacia ella por haber abandonado el consejo.
> Con la colaboración especial de 'Cuando el río suena'.
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