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lunes, 23 de agosto de 2010
Hijas del Señor cap. 22
11:13 |
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Santiago iba acompañando al Cardenal por el interior del convento. Le llevó hasta la habitación de la madre superiora y la dueña del Santa Teresita. Llamó a la puerta, la mujer abrió timidamente.
Dorada: ¿Si?
Santiago: Dorada, te presento a el Cardenal Sánchez.
El hombre estiró el brazo con intención de que la madre superiora le besara la mano. Dorada ni se inmutó.
Dorada: Un placer conocerle... Cardenal.
Cardenal: (Retira la mano) El placer es mío... señora...
Dorada: Dorada.
Cardenal: Seguro que haremos muy buenas migas estos días. Además, Santiago me ha dicho que tienes muchas cosas que contarme acerca de unos conspiradores... ¿No?
La mujer estaba nerviosa, pues el cardenal era uno de ellos. Parecía como si este estuviese riéndose de ella en su cara.
Dorada: Si... mañana le cuento todo.
Santiago: Bueno, pues vamos a su habitación Cardenal.
Cardenal: (A Dorada) Buenas noches.
Ambos se fueron y Dorada aprovechó y fue andando a ritmo rápido a la habitación de Inmaculada. Nunca había hecho cosa tan lamentable, como ella misma lo hubiera descrito, pero la situación lo necesitaba. La mujer irrumpió en la habitación.
Soledad: ¡Pero bueno! ¿Qué pasa? ¿Que no se puede ni tener intimidad aquí?
Macu: Cualquier día te llevas una hostia... ¿eh? Que encima te han encasquetado aquí en la cama de Rebe... Dios...
Petra: ¿Qué se te ha perdido por aquí, Dorada?
Dorada: Veréis... necesito consejo.
Macu:
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Petra:
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Dorada: Sí. (Cierra la puerta)
La mujer se sentó en una de las camas y sacó la nota de la amenaza de uno de sus bolsillos.
Dorada: Antes, yo colaboraba en un consejo que se reunía conspirando contra Benedicto XVI. Necesitabamos reunir todo el dinero posible para regalarle un medallón de oro al papa, y así, al ir al Vaticano entregárselo en persona a él... y matarlo.
Petra: ¿¡Qué!? ¿Por qué querían matarle?
Dorada: Nunca quisimos a Benedicto de papa... ya sabéis, por su pasado relacionado con la ideología nazi, que está muy presente.
Soledad: ¡Eso son tonterías! Eso se desmintió.
Dorada: Todo lo contrario, querida. Se dijo que era cierto, Benedicto llegó a vestir un uniforme de Wehrmacht en su juventud. Nadie quiere a una persona así en su cargo... pero bueno, eso es otra historia.
Macu: Sí, pero interesante...
Dorada: El caso es que para conseguir el medallón de oro, necesitabamos conseguir dinero a toda costa. Yo... con lo de los niños robados, conseguí un pellizco (Mira a Petra) Ya sé que no estuvo nada bien. Cada noche suplico al señor porque me perdone eso. Pero bueno, el pasado, pasado es. Yo abandoné ese Consejo y entonces fue cuando recibí la nota de la amenaza... (Lee) En el Consejo, la traición se paga con la muerte. No lo olvides, Dorada . El caso es que le conté esta misma historia a Santiago... y él ha llamado al Cardenal Sánchez.
Petra: ¿Y qué? ¡Pues cuéntaselo al cardenal! Y que acabe con los conspiradores.
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Dorada se levantó eufórica de la cama.
Dorada: ¡Pero es que no lo entendéis! ¡Ese cardenal era uno de los conspiradores!
Soledad:
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Petra: ¿Y qué piensas hacer ahora?
Dorada: Mi subconsciente me diría que huyese del convento, me he metido en la boca del lobo... o peor, he traído el lobo a casa. Pero no puedo irme de aquí y dejar a ese... monstruo en el Santa Teresita a vuestra merced... para que os haga algo... Dios...
Macu: Hermana, te vamos a ayudar.
Petra: Sí.
Soledad: Para eso están las amigas, Dorada.
La madre superiora sonrió. No se esperaba la aceptación por parte de ellas.
Dorada: Gracias, os debo una. ¡Me voy a mi habitación!
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Era noche cerrada. Podrían ser sobre las tres de la madrugada. Un grupo de personas saltaba en ese momento la verja de entrada al convento. Fueron corriendo por el césped de la entrada hasta llegar a la parte del cementerio. Allí, estaba esperando el cardenal a la gente.
Cardenal: Seguirme. Os ocultaréis en mi habitación.
El cardenal les llevó por una de las puertas exteriores hasta su habitación. Eran todos los miembros de El Consejo... los 6... faltaba uno, porque eran 7, Dorada.
Cardenal: Os quedaréis aquí dentro, todos. Sin hacer ruido, sin que nadie os descubra.
Damián: ¿Y cuál es el plan?
Cardenal: Quizás aún es muy pronto para contarlo. Pero mañana os lo diré. Vosotros no hagáis nada hasta que yo no lo diga ¿De acuerdo?
Mujer: De acuerdo.
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Se hizo de día. Un sol brillaba en lo más alto del cielo, sobre el convento Santa Teresita. Quizás, la última vez que el edificio veía la luz del sol en su estado total. Nadie se podía imaginar lo que ocurriría en el convento en unas pocas horas, algo que quedaría marcado, para siempre en su historia. Era la hora del desayuno y como habitualmente solía ocurrir, estaban las hermanas en el comedor.
Macu: Dios… menuda tensión hay hoy en el convento…
Petra: Y que lo digas. Dorada ni baja a desayunar.
Soledad: Y el cardenal tampoco (Dolor de repente) ¡Ay!
Petra: ¿¡Qué te ocurre!?
Soledad: Nada, que me ha venido un dolor de repente en la pierna… algo puntual. Gracias por preguntar.
Petra: Hombre… si te la van a amputar, por algo será, ¿no? ¿Qué le pasa, qué enfermedad tienes?
Soledad: Tengo deformaciones en los músculos. Irreparables. En uno o dos años, ya no podré ni andar del dolor que tendré al hacerlo, por eso me las quieren amputar a tiempo.
Petra: ¿A tiempo? ¿Cuándo te la van a amputar?
Soledad: Dentro de un mes.
Cloti les llenó los platos con los cereales y les puso los zumos en la mesa.
Cloti: ¡Huy! ¿Y esas caras largas? ¿A qué vienen?
Macu: Nada… nada…
Cloti: Alguien no ha ido al baño desde hace días
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Petra: Clotilde, te hemos dicho que no ocurre nada, gracias por preguntar.
Cloti: ¡Ay hija! ¡Qué desaboría eres…!
Soledad: Bueno, pues contarme entonces que es lo que “no os ocurre”.
La mujer se sentó al lado de estas. Las otras se miraron entre sí, alucinadas.
Macu: ¿Tú eres sorda?
Cloti: ¡Oh! No…
Macu: ¿Cortita?
Cloti: ¡Por supuesto que no!
Macu: ¿Tonta del culo?
Cloti: ¡Por quién me tomas!
Macu: ¡¿Gilipo…?!
Petra: ¡Inmaculada, ya está bien! Clotilde, querida… ¿No tienes que terminar de repartir el desayuno?
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Cloti: ¡Huy! Es cierto, se me va la cabeza. No sé ni lo que estaba haciendo, en fin que eso, que me voy a seguir repartiendo los desayunos.
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Las hermanas iban todas de camino a la iglesia, faltaba poco para las 9 de la mañana y la misa se iba a celebrar. Macu, Fausti, Petra y Soledad llegaron de las primeritas, cogieron un buen puesto, en primera fila.
Macu: Pues ahora a esperar…
Fausti: No me gusta nada venir temprano.
Soledad: Venir temprano es bueno, así luego no coges un mal sitio.
Macu: Sí, Sole tiene razón
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Petra: (Sonó un ruido) ¡Huy! ¿Qué ha sonado?
Macu: Han sido tus tripas.
Petra: ¡No!
Fausti: Yo no he oído nada…
Petra: Yo si…
La mujer se levantó. Como aún faltaban varios minutos para que comenzase la misa, y Santiago aún no había aparecido por la iglesia, esta fue a la parte de atrás a mirar que había sonado. Allí parecía no haber nada, así que salió afuera a mirar.
Petra: ¿Pero qué…?
Petra vio como tres personas escalaban por una cuerda al tejado del covento, y luego iban por el hasta alguna habitación de este. Santiago salía en ese mismo momento del Santa Teresita e iba en dirección hacia la iglesia. Petra le detuvo.
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Petra: ¡Santiago! ¡Hay unos intrusos en el convento!
Santiago: ¿Intrusos?
Petra: ¡Acaban de subir al tejado por la cuerda!
Santiago: ¿Cuerda…? ¿Qué cuerda?
Petra: ¡Mira! (Señala) ¡Allí!
La cuerda ya no estaba allí.
Petra: Yo… ¡antes había ahí una cuerda!
Santiago: Venga, lo que tu digas. Pero ahora vamos a misa… vamos dentro…
Petra: ¡Que no! ¡Que hay intrusos en el convento!
Santiago: ¡Ay Petra, hija, vete un poquito a tomar uvas! Yo soy el sacerdote y tengo que ir a dar la misa, si tú no quieres entrar pues peor para ti. Ya te castigará el señor.
Santiago continuó con su camino y entró en la iglesia. Fue corriendo y pidiendo perdón por el camino a todas las monjitas que le miraban con mala cara por haber llegado tarde. Subió al altar.
Santiago: Bueno… ya estoy aquí. Perdón a todos, hermanos y hermanas.
Macu: ¡Si ya nos tienes acostumbradas!
Monjas: Jajajajajaja…
Santiago: Muy gracioso, Inmaculada. Empezamos la Eucaristía.
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Pero la misa de hoy debía pasar sin la madre superiora, que seguía en su habitación, encerrada y llorando. ¿Cómo le iban a ayudar las demás? Tenía miedo de recibir la esperada visita del Cardenal. La puerta de su habitación sonó.
Dorada: ¿Diga…? ¿Quién es?
Nadie contestaba. Volvió a sonar la puerta.
Dorada: ¡He hecho una pregunta!
No muy decidida, la madre superiora abrió la puerta. Un hombre se le echó encima de repente, llevaba una navaja. Cerró la puerta de un portazo y empujó a Dorada a la cama. Después se puso sobre ella, amenazándola con un cuchillo.
Damián: Vaya vaya…
Dorada: ¡Damián! ¡Tú…!
Damián: ¿Qué? ¿No te esperabas verme aquí?
Dorada: ¿Cómo has entrado al convento?
Damián: Tiene su gracia la pregunta… sabiendo que todos El Consejo está aquí, en tu convento, Dorada.
Dorada: ¿¡Qué!? ¿Qué queréis de nosotros?
Damián: ¿De “vosotros”? Nada. Más bien de ti. Queremos el dinero que te has quedado, sabes que nos pertenece. Yo también te ayude con lo de los niños. Y sabes perfectamente que necesitamos ese dinero para comprarle el medallón al papa.
Dorada: Jamás voy a dejar que engañéis al papa. Por encima de mi cadáver.
Damián soltó una carcajada.
Damián: ¿Ah si? ¡Pero es que ya le hemos engañado! Nos hemos citado para visitarle este sábado.
Dorada: ¿Qué?
Damián: Dorada… dame el dinero.
Dorada: ¡JAMÁS!
El hombre le hizo un ligero corte en el cuello con la navaja.
Dorada: ¡¡¡Ahhhh!!! ¡Criatura de Satán!
La abofeteó.
Damián: ¡Puta! Está bien. Tu te pones en medio de nuestros planes, y nos quitas lo que más queremos… nosotros haremos lo mismo contigo.
El hombre soltó a Dorada y guardó su navaja.
Dorada: ¿Qué vais a hacer?
Damián: Te quitaremos lo que tu más quieres… tu convento.
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Damián salió por la puerta corriendo y cuando Dorada fue a asomarse al pasillo ya no estaba allí. Solo Petra se acercaba corriendo hasta la habitación de la madre superiora.
Petra: ¡Dorada! ¡Dorada!
Dorada: ¡Petra! ¿Qué ocurre?
Petra: Los he visto.
Dorada: ¿A quiénes?
Petra: ¡A unos intrusos! Han escalado por el tejado. Venían de dentro de la iglesia.
Dorada: ¿De la iglesia? ¿Qué han hecho en la iglesia?
Petra: No sé, pero ahora hay misa allí.
Ambas se miraron entre sí. Ambas pensaban lo mismo: la iglesia se cerraba cuando había misa, y estaban todos los habitantes del convento allí dentro, es el lugar perfecto para atentar. Mientras iban camino a la iglesia, iban hablando.
Petra: Se esconden en alguna habitación del convento.
Dorada: Sí, sé en cual. En la del cardenal, como ya os dije, está con ellos.
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En la iglesia, Santiago estaba procediendo con la misa con normalidad.
Santiago: Señor ten piedad.
Monjas: Señor ten piedad…
Santiago: Cristo ten piedad.
Monjas: Cristo ten piedad…
Una voz interrumpió el rezo, era Fausti.
Fausti: ¡Oh Dios mío! ¡Los santos!
Se oyó un corro de “¡Oh!” entre la gente.
Fausti: ¡Los santos están llorando sangre!
Santiago: ¿¡Qué!?
Todos se levantaron de los bancos escandalizados. Era cierto, estaban llorando sangre todos los santos de la iglesia.
Santiago: ¡Esto es una divinidad!
Macu: ¡Esto es obra del maligno!
Lo que dijo Macu, terminó de desatar el pánico. La gente comenzó a chillar escandalizada y a correr despavorida de un lado a otro. Fueron a la puerta del final de la iglesia, pero estaba cerrada a fuerza.
Fausti: ¡Está cerrada!
Macu: (Gritando) ¡Socorrooooooo!
Soledad: ¡Alguien tiene que haber fuera que nos oiga.
Macu: ¡Petra! Petra se fue antes a… ¿¡a dónde!?
Fausti: ¡No lo sé!
Monjita: ¡VAMOS A MORIR TODAS!
Se escucharon de nuevo los gritos. En la parte interior del convento, en la cocina, estaban ahora todos los miembros del consejo reunidos.
Cardenal: El plan ha comenzado. Tenemos a todas las monjas en esa iglesia y hemos puesto el colorante en los santos, parece sangre ja ja. Luego afuera, solo tenemos a Dorada, que está en su habitación.
Señora: ¿Ha entregado el dinero?
Damián: Qué va…
Señor: ¡Propongo que sigamos con el plan!
Cardenal: Eso haremos. Señores, cojan los botes de gasolina… y las cerillas. Sor Dorada va a tener que darnos ese dinero si no quiere ver morir a todas sus monjitas en la iglesia.
Damián: ¡Por el consejo!
Todos: ¡POR EL CONSEJO!
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Los miembros del consejo salieron corriendo de la cocina. Pasaron por la escalera de caracol y bajaron al patio exterior. En el exterior, junto a la puerta de la Iglesia estaban Dorada y Petra, que escuchaban los angustiosos gritos de adentro de todas las hermanas.
Dorada: ¡¿Qué estará pasando?!
Macu: (Desde dentro) ¡Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Petra: No lo sé… pero nada bueno.
Dorada: ¡Petra! Mira, si me subes allí (Señala un tejadillo que había sobre un ventanal de la iglesia) podré ver lo que pasa adentro.
Petra: ¡Vamos!
Petra puso las manos juntas y Dorada puso sus pies encima y se subió al tejado. Se oyeron gritos provenientes de dentro del convento. Petra cogió un palo enorme del suelo, concretamente el mismo con el que atizó hace tiempo a Damián en la cabeza y fue corriendo hacia los gritos.
Petra: ¡Por el Santa Teresitaaaaaa!
Dorada: ¡¡¡NO!!! ¡Petra, no vayas!
Pero era demasiado tarde, Petra ya estaba en la puerta del convento, junto a toda esa gente que estaba allí mismo, a punto de salir al exterior. Petra se colocó delante de la puerta de salida.
Petra: Por aquí no.
Cardenal: ¿Y si no?
Petra: Entonces tendréis que pasar por encima de mi cadáver.
Damián: Por encima de tu cadáver y por el que haga falta.
Entre Damián y una señora, cogieron a Petra y la tiraron sobre las escaleras del hall.
Señora: ¡Dadme un bote!
La mujer echó un poco de gasolina sobre Petra que estaba tirada sobre los escalones. Con su avanzada edad, no podía levantarse, y más con su problema de caderas.
Petra: ¿¡Qué me vas a hacer!?
Señora: (Enciende una cerilla) ¿Yo? Nada. Hay alguien que te tiene más ganas.
Un señor le dio la cerilla a Damián.
Damián: ¿Te acuerdas de mí? Porque yo me acuerdo perfectamente del porrazo que me diste…
Damián arrojó a sangre fría la cerilla contra la escalera… empezó a arder por lo bajo, Petra estaba unos escalones más arriba.
Damián: Adiós, amiga, adiós…
Los del consejo salieron a correr por el patio… fueron al cementerio.
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En la iglesia, Dorada rompió el ventanal. Así era la única forma de poder sacar a la gente de allí, ya que las enormes puertas de entrada estaban atrancadas.
Dorada: ¡Vamos a ver! ¡Despacio!
Santiago: ¡A ver! Yo voy primero, que para eso soy el cura.
Dorada: ¡Vale…! Venga Santiago.
La madre superiora agarró al sacerdote y lo subió desde adentro de la iglesia al tejado. Ahora estaba en el tejado con Dorada.
Santiago: A ver. Salto yo hacia abajo y luego tu vas ayudando a subir a la gente.
Dorada: No, Santiago, tú tienes más fuerza que yo… y ahí dentro hay algunas hermanas que pesan más de lo normal… no voy a poder subir a todas al tejado.
Santiago: ¡Pues que hagan pilas con los bancos! Que suban por ellos.
Dorada: Santiago, en el tejado te quedas tú. Voy abajo.
A Santiago le dio un arrebato y empujó levemente con su pie a la madre superiora. Esta se resbaló y cayó agarrándose a las tejas de delante. Estaba a punto de caer.
Dorada: ¡¡¡Santiago!!! ¡AYÚDAME!
Santiago: ¡Dame la mano!
El cura agarró la mano de la mujer.
Santiago: Es graciosa la situación…
Dorada: ¿Perdón?
Santiago: Supongo que este es tu merecido por haberme querido plantar en el tejado a mi.
Dorada: Mira… Santiago, tú siempre has sido la misma persona. Eres un interesado, solo miras por lo tuyo… y por lo tuyo…
El sacerdote tragó saliva.
Santiago: Sí. Quizás no merezca que me veas, gente como tú no puede apreciar la belleza en una persona como yo.
Dorada: ¿Perdón?
Santiago: Dorada… perdón por lo que voy a hacer.
Santiago soltó la mano de Dorada y esta cayó de espaldas al suelo. Santiago avistó el fuego, que salía el humo entre las ventanas del convento.
Santiago: ¡¡¡Fuego!!!
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De repente, las puertas de la iglesia se abrieron y todas las monjas salieron de golpe. Todas fueron a ver el convento, y ninguna se dio cuenta de que el cuerpo de Dorada estaba en el suelo, a punto de morir. Santiago bajó del tejado con cuidado y se acercó a Dorada. La cogió en peso y fue hacia el cementerio…
Santiago: Aquí la tenéis.
El hombre puso el cuerpo de Dorada en el suelo.
Cardenal: Buen trabajo, Santiago.
Damián: Siempre fuiste un hombre de negocios.
Damián cogió a Dorada y la tiró sobre un agujero que habían estado cavando antes en el suelo. Después, entre todos, lo llenaron de tierra.
Damián: Un problema menos. Ahora solo hace falta encontrar el dinero.
Santiago: El otro día, me lo confesó a mí. Lo guardó en la iglesia en la que hacíais las reuniones, debajó de un santo.
Cardenal: ¡Pues vamos para allá!
Todos salieron corriendo y se montaron en el carruaje del cardenal. El cochero atizó a los caballos y el carruaje se puso en marcha. Pero lo que ellos no sabían era que habían enterrado a Dorada viva… la mujer sacó la mano de entre la tierra.
Cardenal: El plan ha comenzado. Tenemos a todas las monjas en esa iglesia y hemos puesto el colorante en los santos, parece sangre ja ja. Luego afuera, solo tenemos a Dorada, que está en su habitación.
Señora: ¿Ha entregado el dinero?
Damián: Qué va…
Señor: ¡Propongo que sigamos con el plan!
Cardenal: Eso haremos. Señores, cojan los botes de gasolina… y las cerillas. Sor Dorada va a tener que darnos ese dinero si no quiere ver morir a todas sus monjitas en la iglesia.
Damián: ¡Por el consejo!
Todos: ¡POR EL CONSEJO!
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Los miembros del consejo salieron corriendo de la cocina. Pasaron por la escalera de caracol y bajaron al patio exterior. En el exterior, junto a la puerta de la Iglesia estaban Dorada y Petra, que escuchaban los angustiosos gritos de adentro de todas las hermanas.
Dorada: ¡¿Qué estará pasando?!
Macu: (Desde dentro) ¡Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Petra: No lo sé… pero nada bueno.
Dorada: ¡Petra! Mira, si me subes allí (Señala un tejadillo que había sobre un ventanal de la iglesia) podré ver lo que pasa adentro.
Petra: ¡Vamos!
Petra puso las manos juntas y Dorada puso sus pies encima y se subió al tejado. Se oyeron gritos provenientes de dentro del convento. Petra cogió un palo enorme del suelo, concretamente el mismo con el que atizó hace tiempo a Damián en la cabeza y fue corriendo hacia los gritos.
Petra: ¡Por el Santa Teresitaaaaaa!
Dorada: ¡¡¡NO!!! ¡Petra, no vayas!
Pero era demasiado tarde, Petra ya estaba en la puerta del convento, junto a toda esa gente que estaba allí mismo, a punto de salir al exterior. Petra se colocó delante de la puerta de salida.
Petra: Por aquí no.
Cardenal: ¿Y si no?
Petra: Entonces tendréis que pasar por encima de mi cadáver.
Damián: Por encima de tu cadáver y por el que haga falta.
Entre Damián y una señora, cogieron a Petra y la tiraron sobre las escaleras del hall.
Señora: ¡Dadme un bote!
La mujer echó un poco de gasolina sobre Petra que estaba tirada sobre los escalones. Con su avanzada edad, no podía levantarse, y más con su problema de caderas.
Petra: ¿¡Qué me vas a hacer!?
Señora: (Enciende una cerilla) ¿Yo? Nada. Hay alguien que te tiene más ganas.
Un señor le dio la cerilla a Damián.
Damián: ¿Te acuerdas de mí? Porque yo me acuerdo perfectamente del porrazo que me diste…
Damián arrojó a sangre fría la cerilla contra la escalera… empezó a arder por lo bajo, Petra estaba unos escalones más arriba.
Damián: Adiós, amiga, adiós…
Los del consejo salieron a correr por el patio… fueron al cementerio.
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En la iglesia, Dorada rompió el ventanal. Así era la única forma de poder sacar a la gente de allí, ya que las enormes puertas de entrada estaban atrancadas.
Dorada: ¡Vamos a ver! ¡Despacio!
Santiago: ¡A ver! Yo voy primero, que para eso soy el cura.
Dorada: ¡Vale…! Venga Santiago.
La madre superiora agarró al sacerdote y lo subió desde adentro de la iglesia al tejado. Ahora estaba en el tejado con Dorada.
Santiago: A ver. Salto yo hacia abajo y luego tu vas ayudando a subir a la gente.
Dorada: No, Santiago, tú tienes más fuerza que yo… y ahí dentro hay algunas hermanas que pesan más de lo normal… no voy a poder subir a todas al tejado.
Santiago: ¡Pues que hagan pilas con los bancos! Que suban por ellos.
Dorada: Santiago, en el tejado te quedas tú. Voy abajo.
A Santiago le dio un arrebato y empujó levemente con su pie a la madre superiora. Esta se resbaló y cayó agarrándose a las tejas de delante. Estaba a punto de caer.
Dorada: ¡¡¡Santiago!!! ¡AYÚDAME!
Santiago: ¡Dame la mano!
El cura agarró la mano de la mujer.
Santiago: Es graciosa la situación…
Dorada: ¿Perdón?
Santiago: Supongo que este es tu merecido por haberme querido plantar en el tejado a mi.
Dorada: Mira… Santiago, tú siempre has sido la misma persona. Eres un interesado, solo miras por lo tuyo… y por lo tuyo…
El sacerdote tragó saliva.
Santiago: Sí. Quizás no merezca que me veas, gente como tú no puede apreciar la belleza en una persona como yo.
Dorada: ¿Perdón?
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Santiago: Dorada… perdón por lo que voy a hacer.
Santiago soltó la mano de Dorada y esta cayó de espaldas al suelo. Santiago avistó el fuego, que salía el humo entre las ventanas del convento.
Santiago: ¡¡¡Fuego!!!
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De repente, las puertas de la iglesia se abrieron y todas las monjas salieron de golpe. Todas fueron a ver el convento, y ninguna se dio cuenta de que el cuerpo de Dorada estaba en el suelo, a punto de morir. Santiago bajó del tejado con cuidado y se acercó a Dorada. La cogió en peso y fue hacia el cementerio…
Santiago: Aquí la tenéis.
El hombre puso el cuerpo de Dorada en el suelo.
Cardenal: Buen trabajo, Santiago.
Damián: Siempre fuiste un hombre de negocios.
Damián cogió a Dorada y la tiró sobre un agujero que habían estado cavando antes en el suelo. Después, entre todos, lo llenaron de tierra.
Damián: Un problema menos. Ahora solo hace falta encontrar el dinero.
Santiago: El otro día, me lo confesó a mí. Lo guardó en la iglesia en la que hacíais las reuniones, debajó de un santo.
Cardenal: ¡Pues vamos para allá!
Todos salieron corriendo y se montaron en el carruaje del cardenal. El cochero atizó a los caballos y el carruaje se puso en marcha. Pero lo que ellos no sabían era que habían enterrado a Dorada viva… la mujer sacó la mano de entre la tierra.
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Macu, Fausti y Soledad corrieron junto a Petra. El fuego estaba a punto de consumirla a ella.
Macu: ¡Petra!
Petra: ¡Iros de aquí! Esto es demasiado peligroso.
Soledad: ¡No sin ti!
Petra: ¡Que os larguéis! No arriesguéis vuestra vida por mí. Yo ya soy muy mayor. ¡IROS!
Fausti: ¡Pero…!
Petra: ¡Irooooos!
Las monjas salieron afuera con todas las demás hermanas, que estaban en la puerta del convento viendo como la fachada de este estaba empezando a salir a arder también, junto con todo el edificio.
Macu: (Llorando) ¿Y dónde está Dorada?
Fausti: No lo sé…
Macu: Esto es imposible… el convento está ardiendo…
Soledad: ¿Cuántos años tenía el convento?
Fausti: Desde el año mil novecientos, o por ahí…
Soledad: Madre mía… más de un siglo, se dice pronto.
Macu: Hay que hacer algo… ¡actuar!
Soledad: ¡¡Llamar a los bomberos!!
Fausti: ¡¿Con qué?! ¡No tenemos móvil!
Un monje si tenía.
Monje: ¡Yo tengo móvil! (Mira…) Vaya, no hay cobertura.
Macu: ¡Maldita sea!
En ese momento, el convento Santa Teresita estaba en el que quizás fuese el último día de su existencia.
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Petra abrió los ojos. Se encontraba en un lugar despejado. Era un prado enorme, frente a ella había una escalera enorme, sobre un mar inmenso, que llevaba hasta las nubes. Los escalones eran de oro macizo y el borde de la escalera estaba adornado con flores. La mujer subió por la escalera y llegó hasta arriba del todo. Allí, un hombre la estaba esperando ante dos puertas doradas.
San Pedro: ¿Petra?
Petra: ¿Cómo sabe mi nombre…? ¿Esto es un sueño?
San Pedro: No. Pero te estábamos esperando, adelante.
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Las puertas del cielo se abrieron. Petra entró y estas se cerraron. Ante ella estaba un infinito suelo de nubes blancas, todo estaba despejado. La mujer siguió andando y empezaba a ver gente por allí, hasta que se quedó totalmente boquiabierta cuando vio a una persona en especial.
Chiva: ¡Hermana!
Chiva saltó a abrazar a Petra.
Petra: ¡¿Chiva?! ¿Qué es todo esto…? ¿Dónde estoy?
Chiva: Ja ja ja ja… tiene gracia la pregunta.
Petra: ¿Estoy… muerta? Por eso estoy aquí.
Chiva: Hombre, yo lo veo una forma muy fea de decir que has venido el país de Dios… pero bueno, tú verás. Sí, estás en el cielo.
Petra: Dios mío… no me lo creo.
Chiva: Pues créetelo, hija. Creételo.
Petra: ¿Y puedo verlo?
Chiva: ¿A quién? ¿A él? Si…
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Chiva guió a Petra hasta un lugar del cielo, donde se abría un enorme edificio ante ellas. Las puertas se abrieron. Petra pasó. Ante ella había una gran sala dorada. Con un trono al fondo. En él, había alguien sentado. La mujer fue hasta él.
Petra: ¿Hola?
Dios: Hola, hermana.
Petra: (Se ruborizó)
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Dios: Sí. Si no me equivoco, acabas de llegar hace poco.
Petra: Sí, hará como diez o quince minutos.
Dios: Querida, en el cielo no existe el tiempo. Ni tampoco el espacio. El cielo es infinito y el tiempo no es un problema en él. Aquí tienes por delante la vida eterna.
Petra: Yo… quizás no sea merecedora de ir aquí… quizás mi destino fuera el inframundo.
Dios: ¡NO! Tú hoy, en la tierra has demostrado ser la persona más valiente que haya habido. Has salido de esa iglesia y has dicho que viste a los extraños, y nadie te creyó. Luego te fuiste con palo en mano al convento a enfrentarte a esos conspiradores, y por último le has dicho a tus amigas que te dejaran morir para salvar tu vida. Eso te honra, Petra.
Petra: ¿De verdad?
Dios: Sí, más de lo que piensas.
Petra: Pero…. Ahora me da pena por ellos… esos locos se han salido con la suya.
Dios: ¿Tu crees?
Dios dio una palmada que retumbó en todo el castillo. Las nubes se oscurecieron y comenzó a llover fuertemente sobre el convento Santa Teresita.
Abajo, la lluvia estaba apagando el fuego.
Fausti: ¿Y esto?
Macu: ¡Las nubes se han formado de repente!
Soledad: ¡Dios santo!
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El consejo llegó a la iglesia donde se reunían. Entraron como locos a toda prisa en ella. Y encontraron una bolsa donde Dorada le había dicho a Santiago. Este estaba en el carruaje, esperando, cuando…
Santiago: Ahora que están todos fuera… puedo aprovechar.
Santiago gritó al cochero.
Santiago: ¡Cochero! ¡Nos vamos! Pon rumbo al puerto más cercano.
Cochero: ¡No puedo! Hay que esperar a los señores.
Santiago: ¡Le daré todo el dinero que haga falta.
Santiago se sacó una bolsa de dinero del bolsillo… era la bolsa de Dorada… Mientras tanto, dentro, Damián vació la bolsa y se topó con que estaba llena de piedras. La original la tenía Santiago.
Damián: No puede ser…
Cardenal: Santiago… nos ha tomado el pelo.
El carruaje salió con dirección al puerto. Santiago iba a poder cumplir, por fin su sueño, pero ¿cuál?...
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Estaba lloviendo un montón, tanto que el fuego se había extinguido por completo en el exterior del Santa Teresita, en su interior, aún quedaban llamas. Pero era lo de menos, pues podrían apagarlas con los extintores. En definitiva, no habían sido muchos los daños al convento. Las monjas entraron en él. Tan solo la madera había sido quemada, pero eso no era algo que no se pudiera arreglar. En la escalera, estaba el cadáver de Petra.
Fausti: ¡Petraaa!
Macu: ¡Amiga!
A lo lejos, en una carretera, entre la montaña un coche se acercaba hasta el Santa Teresita, en él un hombre iba conduciendo y en la parte de detrás una señorita iba mirando el paisaje.
Conductor: ¿Es por aquí, no?
Rebe: Siiiii. Ya estamos cerca, verás la sorpresa que se van a llevar al verme.
Conductor: Espero que haya merecido la pena el viaje.
Las hermanas se tiraron sobre el cuerpo de Petra y la abrazaron. Entonces fue, cuando una mujer llena de tierra se asomó por la puerta del convento y habló.
Dorada: ¡Dios santo!
Macu: ¡Dorada! ¿Qué te ha pasado?
Dorada: Si os lo contara… no lo creeríais.
Soledad: Prueba a ver.
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